Creo que no hay que dar por hecho que hay lazos indestructibles, como los lazos con los hijos. Es indudable que el amor de un padre a un hijo es incondicional, pero los hijos crecen e inevitablemente sus intereses van evolucionando, como lo hicieron en nosotros mismos cuando fuimos pasando por las distintas etapas hasta llegar a la madurez. Y creo que si nosotros, como padres, no vamos creando nuevos lazos más allá de los naturales, al final, nuestros hijos nos verán simplemente como padres, en el mejor de los casos con respeto y cariño, pero sin nada más en común que el lazo impuesto por la genética.
Todos estos años he sido cuidadoso creando lazos con mi hijo, desde rezar todas las noches a ese angelito que tanto nos ha mimado, hasta pintar paredes, jugar a videojuegos, cortar el césped, andar en bicicleta o realizar proyectos de lo más variopintos, pero siempre juntos, creando lazos. Sé que no tardando, estos lazos irán dando paso a otros lazos, pero ya no conmigo, sino con sus amigos y en un futuro con la familia que él construya a través de sus propios lazos.
Pero hay algunos lazos que puede que perduren, y que podamos mantener, más allá de los suyos propios y los que la genética y el carácter nos deparen, porque los labramos año a año y hacemos de ellos más que un lazo, una tradición. Ya son cuatro años los que llevamos mi hijo y yo haciendo el descenso del río Sella, cada verano con distintos acompañantes, pero siempre nosotros dos como mínimo común múltiplo de la actividad. Espero que este lazo perdure cual nudo gordiano.
Parafraseando a los de Ikea "guarda la llave allen y de vez en cuando aprieta los tornillos de tu mueble", aprieta los cabos de tus lazos de vez en cuando para que la amistad o el amor que atan no se vengan abajo, como un mueble barato. BienBien.